La animación es un género en continua transformación. Es, quizás, la expresión audiovisual que más se deja influir por los avances tecnológicos. Pasar del dibujo hecho a mano a la animación por ordenador no sólo se ha dejado notar en la imagen. Ha abierto puertas a universos más complejos y, con ellos, a tramas más complicadas, a dibujos más estridentes y con otro ritmo narrativo.
Los hijos de finales de los 70-principios de los 80 crecimos con una animación pedagógica, donde el contenido importaba más que la forma y atrapaba más el mensaje que los personajes y algunas nos vendían un mundo idílico en tonos pastel donde los valores eran lo más importante. Hasta que llegó el anime, claro. Pero en esas series de la “Generación EGB” la incorrección, las bromas escatológicas, el lenguaje coloquial -guay, tío, cacota- o el humor negro nunca tuvieron cabida. Hasta que llegó Cartoon Network en los 90 con series que presentaban a personajes más extremos, el equivalente infantil al antihéroe seriéfilo, manteniendo las distancias: ‘Johnny Bravo’, ‘Las Supernenas’, ‘Vaca y Pollo’… El caldo de cultivo para las series de hoy que siguen produciéndose a ritmo vertiginoso tanto en CN como en Nickelodeon; esas que llevan la irreverencia por bandera.
Si algo caracteriza a la nueva animación es que no tiene ningún reparo en humillar a los protagonistas e incluso abrazar el patetismo como un signo de identidad propio. Al final, se trata de hacerlos más humanos; que el niño-espectador descubra la imperfección del mundo que le rodea. Pero sobre todo, y creo que es su aportación más valiosa, abogan por la visión positiva y el sentido del humor como forma de vida. Ofrecen diversión, pero no está vacía de mensaje: juega, diviértete, no te olvides de reír cuando el mal rato pase. El humor es el hilo conductor de todas estas series.
Ya sea entre humanos, humanos y animales o animales de distinta especie, el telón de fondo siempre es el mismo: una historia entre amigos. La representen como la representen, el culto a la amistad y a los valores que promueven es la parte educativa que no ha perdido esta nueva e insolente animación.
‘Hora de Aventuras’
“Déjalos, están bien. Están de fiesta.”
Condensar en unos cuantos párrafos todo el universo de ‘Hora de Aventuras’ es una tarea imposible. Nunca se acaba de conocer la serie, porque el Reino de Ooo es esa puerta mágica que te da acceso a cualquier mundo imaginable. Como bien la definió su creador, Pendleton Ward, ‘Hora de Aventuras’ es el equivalente al juego de habitación, ese mundo imaginario que el niño traslada a la acción a su manera, donde los bloques de madera se convierten en castillos, los muñecos cobran vida y la película se la inventa él. Y todo empezó a partir de un corto.
Finn es un adolescente que comparte una Casa Árbol con su amigo Jake, un perro mágico parlante. Viven por y para la aventura y aunque les acusen de violentos, ellos sólo actúan cuando se comete una injusticia. No es que el mensaje se reduzca a que el fin justifica los medios, sino que enseñan al niño (y al fan adulto, que hay muchos) a rebelarse contra el sistema cuando las razones son nobles. ¿O no se merece una lección un malvado rey que rapta a princesas y no respeta los derechos de los animales? Las tramas adultas son una constante en la serie, incluso las cuestiones filosóficas. Pero estos conflictos “adultos” se resuelven mediante el juego, la canción y la diversión. Es el secreto de que guste por igual a pequeños y mayores. Y porque pese a ser una serie de fantasía, habla de todo tipo de monstruos: también de nuestros propios demonios interiores. Tras la aventura surrealista, lo que subyacen son emociones humanas: la búsqueda, el valor de la amistad, el amor, etc.
Cada aventura nos lleva a un nuevo universo hipercolorido en el que imperan otras leyes físicas y la lógica no tiene cabida; a otras dimensiones o incluso hasta a Las entrañas de la bestia (2×11, el mejor capítulo de la serie ever). Y en cada aventura, nuevos malvados a los que vencer o víctimas a las que ayudar. Personajes cada cual más extraño que el anterior que viven lejos de Ooo, de las princesas científicas, los vampiros emo o los habitantes de Chuchelandia, las adorables chuches con cuerpo y alma. La cosmogonía de ‘Hora de Aventuras’ es casi inabarcable, además de que avanza ya por su séptima temporada en USA (en España, podéis seguirla en Boing). Ojo, que cuando crees que ya lo sabes todo sobre ellos, le dan la vuelta a su mundo y Finn se convierte en Fionna, Jake en gato y las princesas en príncipes.
Sanjay y Craig
Sanjay y Craig: «Capítulo entero»
Fue el día en que Sanjay a la serpiente conoció, qué pareja se formó y a sus brazos se lanzó. ?-¡Tío!?-¿qué hay??¡¡¡Sanjay y Craig!!! Cosas les ocurrirán.
¡¡¡Sanjay y Craig!!! En la sala de la fama están.
¡¡¡Sanjay y Craig!!! Todo se lo inventarán, así, sin más.
Delgaducho, vivaz, cabezón y en apariencia poca cosa, Sanjay todo lo compensa con su espíritu aventurero y ese ansia por la vida que todo niño de doce años tiene (o debería tener). Le ayuda que su mejor amiga sea una serpiente dispuesta a apoyarle siempre y capaz de todo, gracias a sus habilidad camaleónica para el disfraz. Juntos saldrán con éxito de cualquier situación, aunque implique tener que enfrentarse a una invasión de los ultracuerpos en versión pizza podrida proyectada por un eructo de una mala digestión de Craig (Pizza de la calle, 1×21). Pero no hubieran llegado a esa situación si Sanjay no hubiera intentado que Craig dejara de ser fiel a sí mismo y olvidara su pasión por la pizza y se declarara fan incondicional como él de las alitas de pollo. El conflicto lo resuelven compartiendo una pizza de alitas.
Tal vez los niños no sean conscientes del mensaje que les está calando -y lo hace-, pero a ojos de un adulto algo que a priori parece una locura sin sentido, tiene una lectura más amplia: defiende tu individualidad y no dejes que nadie te diga quien eres; no intentes imponerte, mejor llega a un consenso; aprende a compartir, con amigos mola más, etc.
Además de plantear situaciones que pasan del disparate, también introduce personajes nada recomendables, como Remington Tufflips, una estrella del cine de acción de los 80 venida a menos en todos los aspectos, que malvive en una roulotte. Sin embargo, para Sanjay y Craig es el ídolo.
Tito Yayo
¿Qué pintan juntos un señor con aspecto de nerd jubilado alemán en Benidorm (Tito Yayo), su riñonera mágica (Riñonera), un dinosaurio (Mr. Gus) un trozo de pizza cinturón negro de kárate (Pizza Steve) y un Tigre realista volador gigante (en realidad tigresa)? Pues viajar todos juntos en una abigarrada roulotte llena de objetos imposibles a cualquier lugar del mundo donde un niño necesite de su magia. Porque Tito Yayo es algo así como Dios: el tío y el abuelo de todos los humanos. El equivalente bizarro a ‘Dora la Exploradora’ y su mó-chila, mó-chila.
Es, de lejos, el planteamiento más kitsch de todos los de esta lista y la serie que más practica el surrealismo y el humor absurdo, además de escatológico: el tigre vuela autopropulsándose a base de pedos de arcoiris. No hay un respiro, un segundo de normalidad, ni en las tramas ni en las imágenes. Cada capítulo de ‘Tito Yayo’ son once minutos de locura visual, de compleja animación, de bases de drum and bass y tramas que desafían incluso a la mente infantil, esa que es capaz de imaginar y proyectar cualquier cosa.
A pesar de ser muy reciente -se estrenó hace sólo dos años y acaban de terminar la segunda temporada-, la serie de Cartoon Network ya tiene en su haber un Primetime Emmy. En 2014 la productora recogía un premio por el capítulo Afraid of the dark (1×11, homenaje a Alien incluido) . El piloto de la serie, que se creó mucho antes (en 2008, por Peter Browngardt) también le valió la nominación a mejor episodio corto en una serie de animación en los Premios Primetime Emmy de 2010. Actualmente, puede verse en Boing.
Historias Corrientes
No tienen nada de corrientes si pensamos que los protagonistas son un pájaro (concretamente, un arrendajo azul) y un mapache que rondan los veintitantos y trabajan juntos como equipo de mantenimiento de un parque, el escenario de sus aventuras. Aunque parecen «historias corrientes» nunca se sabe a dónde les conducirán porque tienden a meterse en líos, aunque Mordecai y Rigby sólo quieren divertirse y huir del mundo de los adultos. Claro que el resto del reparto tampoco aporta normalidad. Un Yeti (Skips, con la voz del mismísimo Luke Skywalker, Mark Hamill, en el original), una máquina de bolas de chicles antropomórfica (el Jefe Benson) o un hombre-piruleta (Pops), entre otros.
No resulta sorprendente que haya nacido, como tantas otras, en la factoría Cartoon Network. Lo desconcertante es que su creador, J.G. Quintel, sólo tiene 32 años y hace diez ya estaba dibujando para ‘La Guerra de los Clone’s, la serie de la productora basada en la saga Star Wars. No es de extrañar que la serie esté plagada de referencias a la cultura popular de los 80 y los 90 en la que Quintel creció, como reconoceréis en este genial capítulo, Bromas Telefónicas.
Formado en CalArts (El Instituto de Artes de California, lugar de paso imprescindible para acabar en Nickelodeon o CN), creó ‘Regular Show’ a partir de personajes a los que ya había dado vida en sus años de estudiante y que precisamente aquella experiencia inspiró. La serie ha sido nominada cuatro veces a los Primetime Emmy y en 2012 se lo llevó por el capítulo Eggscelent. Aunque ya lleva seis temporadas de emisión, en España llegó hace relativamente poco de la mano de Boing.