La semana pasada publicamos la primera parte de este artículo, en el que volvíamos la vista atrás para recordar viejos programas que pasaron por la televisión en España desde los años 80, dejando un memorable recuerdo en su audiencia. Hoy vamos a seguir repasando la historia catódica más reciente, la de los últimos diez años, a través de esos espacios que nos encantaría volver a disfrutar pero que también son necesarios, cada uno de ellos por un motivo. Pero, sobre todo, queremos animaros a que compartáis vuestras experiencias y recuerdos y nos digáis qué nombres añadiríais a esta lista. ¡No olvidéis pasar por los comentarios!
‘Lo + Plus’
Antes de ser Cuatro, esa frecuencia la ocupaba la cara pública («en abierto») de Canal +. Ese agujerito por el que nos dejaban mirar de vez en cuando a los que no teníamos la suerte de estar abonados, porque en aquella era pre-e-mule (se estrenó en 1995) el cine en casa no era algo tan accesible como lo es hoy en día. Aún alquilábamos películas; los Blockbuster abrían tantas por franquicias como páginas con enlaces lo hacen hoy en Internet.
Pero Canal+ ofrecía cine de estreno. Y, para los mortales, contenidos tan vanguardistas como ‘Lo + Plus’, ese magazine vespertino exportado del Canal+ francés (‘Nulle Part Ailleursque’) que nos descubrió las entrevistas-gymkana, la sátira política en formato latex -los inolvidables guiñoles- y a todo un elenco de nuevos rostros televisivos: Ana García Siñeriz, Javier Coronas, Ramón Arangüena, Nicolás Abad o Joaquín Reyes.
Y, por supuesto, supuso la puesta de largo catódica del ex-diplomático y escritor Fernando Schwartz, que aplicaba todos sus conocimientos de protocolo para complementar las locuras de Máximo Pradera en formato travestismo, parodia o personajes ficticios. Por su plató pasaron grandes figuras -del arte, de la política, del cine- nacionales e internacionales: Anthony Hopkins, Tim Burton, José Saramago, Los Rodríguez, Pierce Brosnan, Almodóvar (que apadrinó el programa) o Santiago Carrillo, entre otros muchos, uno por cada programa en antena. Y fueron muchos: hasta 2005.
‘Caiga Quien Caiga’
Ya sólo el nombre es una declaración de intenciones. Su leitmotiv era llegar a ser inconvenientes, algo que pocos programas consiguen hoy en día (si acaso ‘Salvados’). Eran esa mosca zumbando detrás de las orejas de políticos, artistas o futbolistas, pero caían en gracia. Porque, además de contar con el sarcasmo habitual de Wyoming, tenía todo un ejército de reporteros a lo Men in black con recursos de sobra: las pausas dramáticas de Tonino y su papelón, la inquebrantable voluntad de Juanjo de la Iglesia preguntando (a lo Ana Pastor) o la socarrona actitud con la que Pablo Carbonell se las metía dobladas a los entrevistados; aunque nunca lo consiguió con Fernando Fernán Gómez.
Da igual que fuera El Rey, Carrillo o Michael Moore. Todos acabaron sucumbiendo a los desesperados gritos de los reporteros que conseguían hacerse un hueco entre la multitud y los agentes de seguridad -su enemigo natural- para entregarles las gafas de CQC o algún regalo personalizado, como aquella vez que Juanra Bonet le entregó el disco de Supertramp,Crisis? What crisis? a Zapatero cuando aquella palabra era tabú para el Gobierno. Llegaron a comer en La Moncloa con José Mª Aznar, uno de los momentos culmen del programa. «Pagó él la cuenta», contaban después.
Música en vivo, ilustrativas secciones, como el Curso de ética periodística (para mi, una master class), reportajes de actualidad internacional y entrevistas diferentes, todo pasado por el tamiz del humor y con una estética moderna. El objetivo: ser críticos con la clase política, un programa de denuncia social pero también una crónica de la vida cultural. Crearon imagen de marca con sus gafas y su forma de preguntar incordiando. Un «informativo satírico», lo llamaba El País.
‘¡Qué grande es el Cine!’
Y qué grande esa especie de sociedad politeísta amante del Séptimo Arte en la que se veneraban a los dioses antiguos -Welles, Ford, Hitchcock o Wilder- y también a los nuevos -Kubrick o Tarantino- en sesudos coloquios y libros que no eran de atrezzo (y ceniceros, prueba de que en este cine se fumaba). Si alguien quería descubrir lo grandes clásicos y todas esas cintas que hacen pensar ¡Qué grande es el cine!, este era el programa indicado. Y es que estaba dirigido por el cineasta José Luis Garci (Oscarizado en 1982 por Volver a empezar) que compartía su visión como buen director que ha tenido que ver mucho cine (todo el cine) con esa voz ronca de fumador.
Seguía la misma dinámica que ahora ‘Versión Española’, sólo que con tertulianos doctos en la materia en lugar de con el propio director o el reparto: tras la presentación de la película, en la que cada invitado daba brevemente su opinión, se enzarzaban en una conversación que hubiera durado lo que ellos quisieran, si no les hubieran puesto hora de cierre. Porque analizar 2001, Una Odisea del Espacio no es hablar de Primos y requiere mucha más intensidad (de ahí toda esa verborrea fílmica). Intentar entender a Kubrick, o descifrar todo el código narrativo que contienen los planos de Hitchcock o todas las tramas y subtramas que pueden confluir en una película de Ford da para una asignatura troncal, por lo menos.
Se mantuvo diez años en La 2, la casa de la cultura de TVE. No era un programa de masas, no era un espacio de corte familiar. Pero era necesario, un servicio social: para Garci desempeñaba una «labor cultural y de divulgación para las generaciones jóvenes. Mostrarles a las generaciones de hoy maravillas del cine de otros tiempos». Algo que sigue haciendo falta en la era de Ultrón.
‘El Informal’
Como en ‘CQC’ o ahora ‘El Intermedio’, ‘El Informal’ tenía una intención informativa. Y, como ellos, comparte el modo de hacer -el humor- y el formato: repaso de la actualidad, revisión de otras cadenas -zapping- o reportajes a pie de calle, en galas o grandes eventos. Pero Javier Capitán y Florentino Fernández iban mucho más allá: reinterpretaban (literalmente) la noticia dándole forma de sketch, de monólogo de humor -con la ayuda de Miki Nadal o Félix Álvarez «Felisuco»– de doblaje o de sátira pura y dura; un informativo informal con un tono muy ácido que Telecinco ofrecía todos los días en su access prime, de 1999 a 2002. Ese hueco que ahora llenan los resúmenes y la última hora de los realities en curso y que, con el buen humor -cada vez más difícil de encontrar, sobre todo en Telecinco- era mucho más productivo.
El catálogo de gamberradas de estos cuatro era amplio: travestirse para convertirse en Abba, calcar vídeos míticos de Queen o reconvertir Staying Alive en Pelo p’atrás. Siempre con letras (absurdas) de su cosecha y un gran trabajo de interpretación. En sus locuras arrastraban también a su reportera Requetepatri, la entonces aún desconocida Patricia Conde en su primera incursión en televisión, demostrando su talento para lo cómico. Aunque su relevo, Inma del Moral, supo estar al nivel.
Todas sus secciones fueron grandes: las Pffff(Pifias)… Mentales, Parecidos razonables, Cantando las 40, con Flo clavando al Dj-presentador Fernandisco… Pero la especialidad de la casa siempre fueron los doblajes. Michael Landon (el actor encasillado), Charlton Heston o el Schwarzenegger maño eran su debilidad y llegaron a convertirse en personajes fijos y a tener espacio propio, como La Sección de Charlton Heston. Pero también se doblaban pelis antiguas como en las Falsas Tomas Falsas o se curraban montajes imposibles de otras. Y es que eran expertos en voces, sobre todo Flo: el Dr. Maligno de Austin Powers no hubiera tenido tanta gracia de no ser por su voz.
‘Nosolomúsica’
Sólo apto para crápulas y estudiantes universitarios -se emitía en la madrugada del domingo al lunes en Telecinco- ‘Nosolomúsica’ es otro de los ejemplos del buen hacer de la cadena en aquellos años. Se esforzaban mucho más en la programación y cuidaban de que todos los géneros estuvieran representados. Pero, además, se innovaba con espacios como éste, de producción propia, y el más hipster de la cadena, mucho antes de que se (re)inventase el término.
Viajar a las ciudades más modernas, visitar una muestra de Arte en NY o recorrer Londres como nunca antes se ha hecho; conocer lo último que se lleva visitando las pasarelas, lo que se baila, entrevistando y escuchando a los grupos más cool y lo que se ve, repasando los últimos estrenos de cine. Todo ello de la mano de Kay Rush; porque aunque tuvo tres presentadoras -incluida la cantante Christina Rosenvinge- y un locutor que hizo las veces de conductor la primera temporada, fue sin duda Bye-Bye, Kay Kay quien hizo verdaderamente suyo el programa y representó mejor su espíritu, desde 2000 hasta 2004.
Si ya era casi «futurista» entonces, imaginad cómo podría ganar en contenidos un formato tan innovador si se animasen a revivirlo y a incorporar las redes sociales como parte de su contenido: recomendar cuentas de Instagram imprescindibles, el último viral de YouTube o la última frikada de ‘Juego de Tronos’ e ilustrar conceptos como crowdfunding o transmedia. Además, sería muy útil para descifrar ese catálogo de grupos indie con nombres en inglés que han proliferado en los últimos años. Las nuevas generaciones de espectadores modernos necesitan un gurú que les guíe, algo para lo que la versión online del programa que se mantuvo hasta 2012 se quedó corta.
‘La Hora Chanante’
O encanta o no hace ninguna gracia. O te convierte en fan acérrimo o te irreconcilia para siempre con su humor. En ‘La Hora Chanante’ y en la forma de entender la comedia de Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Raúl Cimas, Julián López, Carlos Areces y compañía no hay medias tintas. Lo amas o lo odias. Incluso los fans incondicionales tuvieron que superar una primera etapa de escepticismo ante un concepto nunca visto: el humor dadaísta. Que traslades las bromas internas de un grupo de amigos que se conocen en Cuenca y toda la idiosincrasia del mancheguismo y que convenzas a Paramount para que lo emita y a TVE para que repita la fórmula con ‘Muchachada Nui’, tiene mérito. Sobre todo por lo particular de su sentido del humor: franco, faltón y a la vez absurdo.
Concentrar todo el universo de ‘La Hora Chanante’ en un par de párrafos es físicamente imposible. Se trataba de un programa de sketches, con secciones fijas en las que se tocaban varios géneros. En Retrospecter, las películas de Boris Karloff se sacaban de contexto gracias al doblaje y a las nuevas tramas absurdas: el niño que pide para un botellón, el departamento de atención al cliente de Movistar lleno de chinos. El payaso analizaba la Economía Chanante y el IBEX. Por tener, tenía hasta sus propias series animadas (creadas también por Joaquín Reyes, el dibujante) como Super Ñoño o Chimo Bayo, con sus valiosos consejos; o los analistas televisivos Dr. Alce (un alce con bata) y Sr. Cabeza (una gelatina con un gorro de cumpleaños que vive en un bol). T
La más célebre fue Testimonios, en la que Joaquín Reyes imitaba a cualquier personaje con acento y vocablos manchegos, ya fuera Bill Gates, Björk, Madonna o Stephen King Y esa era precisamente la gracia. No necesitaba hablar como ellos, sólo caracterizarse y retratarlos a través de sus testimonios. Todo lo que se dice en ellos es verdad; es la forma de presentar los datos lo que lo convertía en un testimonio chanante (y todo lo que Reyes añadía de su cosecha, claro). Es la fórmula que mejor se le da y que siguió mejorando con sus Celebrities. Por eso en ‘El Intermedio’ le ficharon para actualizar su catálogo con nuevos personajes como Pablo Iglesias, Letizia Ortiz o Ana Pastor.
El loco de la colina
Ningún entrevistador ha conseguido desnudar tanto -metafóricamente- a sus invitados. El clima, el tono y, sobre todo, las pausas dramáticas de Jesús Quintero mirando intensamente a su interlocutor, entre volutas de humo (impensable hoy en día) conseguían que los entrevistados -de todo ámbito y condición, desde Felipe González a Shakira- bajaran la guardia y se mostraran más cercanos. Es el mérito del entrevistador conseguir que alguien resulte interesante, porque todo el mundo tiene una entrevista: sólo hay que descubrirla. Y él lo hacía como nadie. Sobre todo en esas entradillas con las que presentaba al invitado, que eran casi poesía.
Lo hizo en la radio, bajo el mismo pseudónimo y enganchando a muchísima gente a sus historias; como en las autonómicas con ‘Ratones Coloraos’. Primero fue ‘El Perro Verde’ de TVE (1988), en el que hacía lo mismo pero en un plató con mucho humo. Y después de otro tipo de trabajos (como Cuerda de Presos, grabado desde las cárceles), recuperó el formato con ‘El Loco de la colina’ (2006) que pasó a ser un año después ‘La noche de Quintero’.
Pero siempre es él y su forma de entender el Periodismo que tantos premios -los cuenta por cientos- le ha valido. La que le permite enfrentarse a cualquier personaje, sin que le importe quien es, viendo sólo a la persona y dirigiendo la conversación para que el espectador llegue a conocerla. Hay pocos entrevistadores como Quintero y ningún programa que respete como él el valor de la pausa en un medio en el que cada segundo está comprometido en la escaleta.
Alaska y Mario (2011)
La desaparición de MTV dejó a los fans de ‘Alaska y Mario’ huérfanos de una telerrealidad decente. Porque, aunque parezca una paradoja, el género reality también da para buenos productos. Y nunca un show de estas características tuvo tan buen gusto (recordemos que El Terrat estaba detrás de él). Sí, Mario es una mamarracha (como gusta de llamarse) y a veces resultan demasiado superficiales. Incluso da un poco de apuro ver con qué ligereza se gastan el dinero. Pero también vemos cómo se lo ganan, metidos en mil fregados: ambos continúan sus carreras «artísticas» (bueno, Alaska sigue cantando y Mario haciendo playbacks con las Nancys Rubias) y el programa también siguió el proceso de creación del libro de Vaquerizo o su trabajo como representante de artistas. Cómodamente, de acuerdo. Pero lo ganan. Y se divierten, salen con amigos, pinchan en un garito o celebran su cumple en la mítica sala Florida Park.
Además de eso, también les hemos visto en situaciones de lo más cotidianas: compartiendo cenas con familia y amigos, de canguros del niño más guay del mundo (Pablito), comprando en los chinos o viendo ‘Sálvame’. Y esa era la gracia: la naturalidad con la que se presentaron ante la audiencia y abrieron de par en par las puertas de su casa en Malasaña y de parte de su intimidad. Con guión, como todos, la sombra de la guionización es, sin embargo, mucho más corta que en cualquier otro programa del género.
Porque no hacían falta grandes escándalos para enganchar: convencieron a la audiencia mostrándose tal cual, sin peinar y con la cara lavada, con toda su «normalidad». Claro que no sólo de desayunos vive el espectador de realities: también hicieron disfrutar a su audiencia con sus cómicas aventuras en USA y emocionarles con su enésima boda, esta vez televisada. Ahora siguen haciendo de las suyas en ‘El Tea Party de Alaska y Mario’, una webserie que podéis seguir en YouTube.