En 1895, los hermanos Lumière proyectaron la considerada por muchos como la primera película de la historia: ‘La salida de los obreros de la fábrica’. El cine acababa de nacer, pero aún necesitaba desarrollar su lenguaje. En esos primeros pasos, otro de los nombres que no puede faltar en esa lista de precursores es el de George Méliès.
Méliès nació en una época convulsa, cuando las nuevas tecnologías se abrían paso ante una fascinada sociedad que todavía creía en los cuentos de hadas. Desde bien joven, mostró admiración por el ilusionismo, la magia y el teatro… pasiones que llegarían al paroxismo cuando se convirtió en uno de los privilegiados espectadores de aquel primer pase del cinematógrafo de los Lumière. Desde entonces, su interés por el cine le llevó a investigar y probar nuevas e increíbles técnicas, a decidirse por historias fantásticas y espectaculares que todavía hoy deslumbran al espectador acostumbrado a los miles de trucos digitales que se pueden conseguir por ordenador.
Méliès, el mago que vio más allá
Fue uno de los pioneros del cine de ficción. Cuando el cinematógrafo se puso en marcha, la mayoría de las películas eran escenas al natural de acontecimientos diversos que se exponían al gran público, primitivos documentales que no ficcionaban nada, sino que mostraban la realidad. Méliès, un apasionado del teatro y de la historia, se dio cuenta de las posibilidades creativas que podía tener este «teatro filmado» y las aprovechó al máximo.
Se le considera un precursor en los géneros de fantasía, ciencia ficción y terror, por el despliegue prodigioso de temas y personajes que siempre utilizó: viajes fantásticos, demonios, magos, hadas, elementos mitológicos… Méliès no sólo apostó por la narrativa, sino que utilizó su fascinante imaginación para compartir con nosotros su amor por lo fantástico, convirtiendo a los espectadores en soñadores natos que vivían con aquellas películas auténticas sesiones de inconcebible y apasionante magia.
Todo lo que la técnica le debe
¿Hemos dicho magia? Bien, ahora sabemos que cualquier efecto espectacular que vemos en el cine se debe a un truco, a un «engaño» que no puede suceder en la realidad. El mérito de Méliès radica en inventar todo tipo de efectos para dejarnos con la boca abierta, en profundizar en un cine que estaba en pañales y hacerlo crecer de un modo artesanal gracias a un talento desbordante que nunca tocó techo.
Uno de los grandes inventos técnicos que se le deben a Méliès es el conocido como stop trick, del que se cuenta que descubrió por casualidad: estaba rodando en una calle de París, cuando la cámara se estropeó y dejó de grabar. Méliès la arregló y consiguió ponerla en marcha de nuevo. Cuando vio el material en su estudio, se dio cuenta de que el autobús que aparecía en imagen se convertía, de golpe, en un coche fúnebre. La explicación no podía ser más sencilla: la cámara se había detenido cuando un autobús estaba en imagen. Cuando, después de un rato, Méliès había conseguido repararla, era un coche fúnebre el que transitaba por la calle en ese momento. Se acababa de descubrir uno de los primeros efectos especiales de la historia. Nuestro pionero usó tan sencillo mecanismo para crear muchísimos trucos de magia en sus películas: rodaba una escena, paraba la acción, sustituía un elemento por otro, volvía a rodar y, así, se producía la mágica sustitución.
También se le considera como uno de los precursores del stop motion o, como él lo llamó: paso de manivela. Se trata de una técnica de animación por la que un objeto estático da la sensación de moverse en un mismo plano. Esto se consigue, de nuevo, en los tiempos de Méliès, de una manera totalmente artesanal, rodando, fotograma a fotograma, el supuesto movimiento del objeto. Es decir, a través de una serie de imágenes fijas sucesivas en las que el objeto se va moviendo manualmente, un poco en cada toma, se consigue dar la sensación final de movimiento. Así, el genial cineasta conseguía también sorprendentes efectos de desaparición y metamorfosis.
La exposición múltiple del negativo fue otro de esos trucos con los que experimentó y consiguió fantásticos resultados. Es algo bastante sencillo y, desde luego, entendible que un mago del cine lo llevara a cabo en sus innumerables pruebas. Se trata de sobreimpresionar las imágenes rodando, por ejemplo, sobre un mismo negativo, consiguiendo escenas fantasmagóricas o de transformación. En esta línea, el autor francés fue también el responsable del nacimiento de los fundidos a negro con un sentido narrativo para la historia, de transición o de final.
También es famoso por aplicar color a sus películas. De nuevo, hablamos de un proceso totalmente artesanal, pues los fotogramas se coloreaban uno a uno y de forma manual, siendo un proceso bastante laborioso. ‘La mansión del diablo‘ de 1896, está considerada como la primera película coloreada de la historia.
Además, Méliès fue un artista absoluto que utilizó los decorados para ocultar trampillas y mecanismos diversos que le permitían hacer los trucos más espectaculares. Usó pasarelas de vidrio con una base metálica que posibilitaba que los operarios pudieran accionar los dispositivos que hacían parecer que los objetos volaran por el aire. También fue precursor en la creación de maquetas, con las que mostraba escenas marinas con barcos que, en realidad, eran pequeñas construcciones dentro de bañeras de agua. De hecho, los temas submarinos fueron otra de las grandes pasiones de Méliès. Para conseguir el efecto de que pareciese que los personajes estaban realmente sumergidos en el fondo del mar, colocaba un acuario con peces entre la cámara y la escena que estaba filmando. De nuevo, una idea muy sencilla, fruto de una mente extraordinariamente creativa.
‘Viaje a la luna’, su obra cumbre
‘Viaje a la luna‘ no es sólo la película más famosa de Méliès, también es una obra inmortal que pertenece a la historia universal del arte. La imagen del cohete clavado en el ojo de la luna es una de las más icónicas del mundo del cine. De hecho, en ese momento se encuentra otra de las aportaciones del genio francés al lenguaje cinematográfico, pues pone en marcha una solución de continuidad entre planos. Es decir, lo que sucede en una secuencia tiene una consecuencia directa en la escena posterior, haciendo que el relato sea más fluido y disfrutable. En la escena, vemos a los tripulantes de la exploración subiendo en un cohete que va a iniciar su viaje. Lo siguiente que se muestra es la luna acercándose (en un fascinante travelling en retroceso) y el cohete clavándose en su ojo.
La película es de 1902 y su historia fusiona dos novelas: ‘De la Tierra a la Luna’, de Julio Verne, y ‘Los primeros hombres en la luna’, de H.G. Wells. Algo que siempre se debe recordar cuando se habla de esta película es que no se trata de la plasmación de una aventura científica sino una ensoñación de fantasía. El argumento es el de una expedición a la luna que inicia un personaje interpretado por el propio George Méliès. Un grupo de astrónomos y científicos construyen un cohete que viaje a nuestro satélite. Allí, una serie de acontecimientos provoca que los habitantes de la Luna, los selenitas, persigan a los terrícolas que, finalmente, consiguen escapar y aterrizan en el océano.
Como decimos, esta película, en la que el arco narrativo está plagado de elementos fantásticos, de ciencia ficción, pero también humorísticos, en la que podemos ver un gran despliegue de trucos del cuño Méliès, es una de las obras imprescindibles para cualquier cinéfilo que se precie y una película que se estudia en las escuelas de cine de todo el mundo.
Hablar de Méliès, de su fantástico universo y de toda la amalgama de técnicas maravillosas que creó, es hablar del cine más puro, el que se crea para el disfrute absoluto, para que el espectador se quede sin palabras delante de unas imágenes que van más allá de lo que su mente nunca podría concebir.