La televisión es uno de los pasatiempos preferidos de los niños. Pero también los padres encuentran un refugio en ella cuando quieren que sus hijos estén entretenidos. Usar el mando para sintonizar una serie de dibujos animados parece una de las acciones más sencillas del mundo. Pero las ficciones animadas han evolucionado mucho en los últimos años, en busca de nuevos contenidos y personajes que impacten en los pequeños. Por eso, hoy queremos analizar una cuestión primordial: ¿cómo son los malvados de las series de animación?
Dibujos animados muy adultos
Si el mundo de la ficción está en permanente cambio, el universo de los dibujos animados no se queda atrás. Los niños son espectadores nativos, el audiovisual está a su lado en todas sus etapas de crecimiento y eso hace que, precisamente, se conviertan en observadores mucho más críticos y duros, que no se conforman con cualquier serie, sino que ésta ha de reunir unas características claves para que sean de su gusto.
Una de ellas es la demanda de argumentos y tramas más complejas. Como decimos, se debe a la especialización que, como audiencia, han vivido. Como podemos imaginar, es incomparable cómo recibían los niños las primeras imágenes televisivas en los años 50 y 60 a cómo las contemplan ahora, en una sociedad en la que los estímulos visuales se suceden sin parar. Las series de dibujos se han vuelto menos ingenuas, menos dulces y, tal vez por ello, un poco más adultas. Y es que, además, los niños tratan de imitar desde bien temprano los modelos de los mayores y sienten predilección por personajes que no son de su misma edad, sino que les superan en madurez: adolescentes y jóvenes que viven peripecias de adultos, que son independientes, inteligentes y astutos, son los reyes de la pequeña pantalla.
Por supuesto, todo esto tiene una repercusión en la figura del antagonista de esa ficción, que, para estar a la altura del sofisticado héroe, debe convertirse en un ser mucho más duro y cruel, más ambicioso y peligroso, pues ésta será la forma en que los niños sientan mayor interés por las historias que se están contando. Ello también está relacionado con un modelo que vemos implantado en los dibujos animados en los últimos años y es la adaptación infantil de historias que, en un primer momento, fueron concebidas para el público adulto.
Una serie como ‘Los vengadores‘, la versión animada para niños, tiene, en origen, la fuerza del cómic que ha atrapado a generaciones de lectores. En su traslación a la pequeña pantalla, resulta fácil de entender que aplique muchas de las cualidades que le han hecho irresistible para el público adulto y que, por ello, atraen a la audiencia infantil. Así pues, no podemos concebir esta ficción con un malvado que no sea realmente diabólico. Es por ello que villanos como los que pertenecen a Hydra o a los Amos del Mal traman planes mucho más complejos y peligrosos que los que podían establecer personajes de décadas anteriores. De igual forma, ‘Star Wars Rebels‘ acoge toda la magia del mítico mundo de las películas de ‘Star Wars’. Debe pagar un tributo por trasladar ese universo maduro y complejo a una ficción para niños, y tiene en sus personajes malvados un buen ejemplo.
Además, no podemos olvidar la influencia del anime en los últimos años, que se ha convertido en auténtica pasión para los pequeños. En muchas ocasiones, los argumentos conquistan también al público de mayor edad y ello se debe, entre otras cosas, a la creación de personajes de características muy marcadas. Una producción como ‘Dragon Ball‘ es famosa por tener antagonistas brutales y violentos, muy «malos», que convierten, con su malignidad, en héroe salvador al protagonista.
¿Malos poco inteligentes?
Pero encontramos otras facetas dentro del mundo de los villanos de los dibujos animados. Muchas de las series más populares optan por el humor más disparatado y ello repercute en este tipo de personajes. Constantemente, nos encontramos con ficciones en las que los personajes, a pesar de trazar planes grandiosos que pueden abarcar deseos como conquistar el universo, no consiguen que sus propósitos lleguen a buen puerto, en gran medida por sus comportamientos infantiles e incluso bobalicones.
En una de las series que más nos gusta poder ver desde nuestro televisor Philips, ‘Hora de aventuras‘, nos encontramos a un antagonista terrible como El Rey Hielo. Pues bien, con el paso de los capítulos, este personaje muestra sus debilidades. Muchas veces, el motivo por el que trama un plan malvado es, simplemente, por el hecho de que desea llamar la atención de los otros personajes, pues se siente solo y no tiene amigos. Ser malo es su forma de relacionarse con el mundo, de buscar la aceptación social a través de un rol necesario para el «normal» desarrollo de las pautas que vinculan a unos individuos con otros.
En otro ejemplo como puede ser el de la serie ‘Phineas y Ferb‘, el Doctor Doofenshmirtz es, de nuevo, una malvado patoso y torpe, al que sus emociones juegan malas pasadas, pues buena parte de su perversidad nace del hecho de sentirse aislado e incomprendido. Y es que, aquí surge otro elemento que casa con lo que explicábamos anteriormente sobre que las ficciones infantiles son cada vez más adultas. Una de las consecuencias de este fenómeno es que los personajes se tornen más complejos y profundos, con matices y dobleces que van más allá del único trazo que tenían dibujos animados como los de los años 80.
Muchos de estos malvados de manual son seres humanos que muestran carencias afectivas y problemas de socialización. El trabajo de los guionistas está pasando por hacer que los niños empaticen con los sentimientos de estos personajes y comprendan sus motivaciones, bajo un prisma nuevo en el que la «maldad» y la «bondad» en términos absolutos se pierden para dar paso a historias con varias capas, y en las que el niño hace un recorrido que le lleva a entender al héroe y sus defectos, pero también al villano y sus virtudes.
Según la psicóloga Ana Sebastián, «los malos son percibidos ahora de manera distinta ya que la propia historia nos hace conocer su pasado, su motivación para hacer lo que hacen y nos ofrecen un punto de vista que intenta justificar sus actos. A modo de ejemplo recordar a Maléfica (la malvada de la Bella durmiente, un clásico Disney) que en la película original de 1959 y la reciente versión acerca de su vida en 2014. Conocer su historia hace que los antagonistas no sean percibidos de manera dicotómica (el malo es malo, malo, malísimo), lo que combina, además, con ciertas dosis de humor (los planes nunca salen como quieren, recordemos al famoso Coyote intentando perseguir al Correcaminos con un saco de dinamita). Si analizamos por encima las series del panorama actual (haciendo una media para todo el público infantil) nos encontramos con tramas algo más elaboradas pero que siguen el mismo patrón.»
¿Y los protagonistas?
Las series de dibujos animados están evolucionando para adecuarse a un público mucho más sofisticado y experto, que busca nuevas cotas. Así, vemos cómo los personajes malvados se convierten en seres humanos, con problemas y trabas. Pero, ¿qué pasa con los protagonistas? La evolución natural que estamos viendo parece indicarnos que ellos también están cambiando, para dejar de ser esos héroes perfectos e inmaculados que no cometen ningún defecto.
No sólo los protagonistas tienen en las series de dibujos animados muchas más complejidades que les mueven del blanco al gris, sino que existe una tendencia actual que sitúa a estos protagonistas en una faceta mucho más osada y gamberra. En series como ‘El asombroso mundo de Gumball‘, por ejemplo, podemos ver cómo los niños son traviesos e incluso desafiantes con la autoridad, en un deseo de disfrutar de todo sin importar las consecuencias. No podríamos definirlos como estrictamente malvados, pero lo cierto es que muchas veces rozan comportamientos y actitudes abusivas. De nuevo, la ficción adulta parece ser el motivo de este cambio, en la que el triunfo del antihéroe está planteando historias mucho más interesantes y adictivas.
Si atendemos a la recepción por parte de los niños de todos estos estímulos, de nuevo, Ana Sebastián nos explica que «los niños pasan mucho tiempo en contacto con el mundo de la imaginación, la mayoría a través de los dibujos que salen en TV». Por ello, en su opinión, es inevitable «copiar modelos de interacción y desarrollo social, y aunque casi todos los capítulos tiene un final “feliz” en el que el protagonista gana y/o vence al malo, en determinadas situaciones conflictivas entre iguales se copia expresiones o modelos de respuesta al sentirse identificados con los comportamientos menos deseables de los antagonistas. Sin embargo, gracias a la presión social y a la categorización de “malo”, la repercusión es limitada (salvo casos y situaciones puntuales) ya que nadie quiere ser “el malo” ni ser percibido como tal. Los niños tienden a identificarse con el héroe al que todo el mundo quiere, admira y salva.»
La evolución de los dibujos animados es fundamental para entender los cauces sociales por los que discurrirán las generaciones del futuro. Las horas pasadas frente al televisor marcarán una educación audiovisual que puede influir en los comportamientos de los más pequeños, algo que siempre hemos de tener en cuenta.